Monstruos con superpoderes… y corazones gigantes

En el corazón de las aulas de primer grado, cada actividad se convierte en una oportunidad para sembrar valores, despertar la imaginación y descubrir el mundo desde los ojos de nuestros niños. Durante el desarrollo de uno de los Proyectos de lectura, se abrió la oportunidad de ver cómo una historia sencilla podía transformarse en una experiencia profunda y significativa para los estudiantes. Más allá de las letras y las palabras, este proyecto me permitió acompañarlos en un viaje interior, ese en el que reconocen lo que los hace únicos y descubren cómo sus talentos pueden hacer del mundo un lugar mejor.

Hoy, con mucho cariño, comparto esta experiencia de cómo mis niños y niñas vivieron esta actividad. Ojalá que, al leerla, puedan sentir el entusiasmo, la ternura y el gran corazón con el que participaron.

En nuestro cierre de Proyecto de lectura, trabajamos el libro “El monstruo que tú quieras ser”, una historia que invita a reflexionar sobre la importancia de aceptarse a sí mismo y valorar las cualidades que nos hacen únicos. Como actividad creativa, propuse a mis chicos el imaginar y diseñar su propio monstruo, asignándole un superpoder con el que pudieran ayudar a los demás. La respuesta que me brindaron fue maravillosa. Todos participaron con mucho entusiasmo, mostrando gran creatividad y sensibilidad. Sus monstruos no solo eran originales en su aspecto, sino que además reflejaban valores de empatía y solidaridad. Entre los superpoderes que eligieron destacaron habilidades como dar abrazos que transmiten felicidad, curar la tristeza de las personas, ser grandes deportistas que motivan a los demás, volar para ayudar a quienes lo necesitan, tener fuerza para proteger, y perder el miedo a la oscuridad para acompañar a quienes sienten temor.

Esta actividad permitió a mis niños y niñas hacer gala de su imaginación, al mismo tiempo que reflexionaron sobre cómo cada uno, a su manera, puede contribuir positivamente en la vida de los demás. Fue una experiencia enriquecedora que fortaleció el trabajo en grupo, la expresión de emociones y la confianza en sus propias ideas. Sin duda, fue una actividad que dejó huella en el corazón de mis niños de primer grado y en la mía.  Porque cuando aprendemos con el alma, las huellas que quedan son imborrables.